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domingo, 28 de febrero de 2021

¿Qué nos hizo románticos?


'El beso', Francesco Hayez, 1859

 Art Images / Getty Images)


Aunque son muchos los rasgos que nos asemejan a los animales, características como la inteligencia y la cultura nos diferencian de ellos. La génesis del ser humano tal como lo conocemos hoy probablemente pueda explicarse por estos rasgos que nos diferencian de nuestros ancestros primates, y que están en la base de comportamientos sociales como el amor y la amistad.

El Homo sapiens lleva habitando la tierra unos cuatrocientos mil años, y han pasado unos cuatro millones desde la aparición del australopiteco, tradicionalmente considerado el primer bípedo. En términos evolutivos (la Tierra tiene 4.500 millones de años), eso apenas sería un segundo. 

La evolución de los homininos (primates con capacidad bípeda) parece, pues, un hecho aislado que se dio en una región africana concreta, y no una tendencia general. Desde que el linaje que condujo hasta los seres humanos se separó del que llevó a los actuales chimpancés, multitud de factores han coincidido para hacer posible nuestra evolución.

Conceptos humanos como el amor o la amistad podrían entrañar la respuesta a muchos enigmas sobre nuestros orígenes.

Lo que nos diferencia

Una forma de llegar a conocer estos factores consiste en examinar en profundidad cuáles son nuestras diferencias con respecto a los chimpancés y el resto de primates. La cultura y la inteligencia son solamente dos de ellas. Otras, de carácter morfológico, no se suelen tener tan en cuenta. En primer lugar, el hombre es bípedo, mientras que el resto de primates son cuadrúpedos (pese a su bipedismo ocasional). Además, el ser humano ha perdido gran parte de su vello corporal y ha modificado su dentición. Los chimpancés poseen colmillos afilados que utilizan en sus luchas intestinas, unas agresiones entre machos mucho más intensas que las humanas.

Pero las divergencias más importantes son de carácter sexual. La hembra humana es receptiva durante gran parte de su ciclo menstrual, a diferencia de los chimpancés. El comportamiento sexual humano tiende a la monogamia, con formación de familias nucleares y cuidado compartido de la prole. En los grupos de chimpancés, las hembras son las únicas a cargo de las crías, sin que estas tengan noción del concepto de paternidad.

El parto humano es otra distinción clave. ¿Cómo pudo un proceso tan sumamente complicado tener tanto éxito evolutivo? En las hembras de chimpancé es relativamente simple, debido a que la cabeza de la cría pasa sin problemas por el espacio que deja la pelvis para permitir la salida del feto. Pero en el caso de las hembras humanas, se requiere habitualmente de asistencia durante el parto.


Recreación escultórica de Australopithecus afarensis en una exposición del
Houston  Museum of Natural Science de 2007, Houston, Texas.

 
Dave Einsel/Getty Images.


Los primeros linajes de australopitecos ya eran bípedos, y algunos estudios recientes confirman que también lo era el Ardipithecus ramidus, una especie fósil de hace cuatro millones y medio de años, posiblemente cercana al último ancestro común entre humanos y chimpancés.

Tradicionalmente se ha explicado el origen de la inteligencia humana aludiendo a que, al aparecer el bipedismo, la liberación de las extremidades anteriores fomentó su uso para tareas manuales, estimulando el raciocinio. Sin embargo, hoy sabemos que nuestra expansión cerebral se produjo mucho más tarde.

La teoría de Lovejoy

Owen Lovejoy, profesor en la Kent State University (Ohio) y reconocido experto en antropología biológica, propone una teoría al respecto. Aunque no está libre de controversia, la suya podría dar respuesta a varios enigmas sobre los orígenes de nuestra especie. Según el antropólogo norteamericano, el bipedismo conllevó una reestructuración del esqueleto que, a su vez, desencadenó toda una serie de sucesos biológicos. Uno de los principales habría sido el estrechamiento del canal del parto.

La evolución optó por una solución crucial: el desarrollo fetal se llevaría a cabo tan solo a medias en el interior de la madre.

En un momento determinado, probablemente en la transición del australopiteco al género Homo, se produjo la confluencia de dos tendencias evolutivas difíciles de conjugar: la reducción del canal del parto y la expansión del cerebro. Un canal cada vez más estrecho complicaba la salida de la cabeza del bebé, que estaba aumentando de tamaño. La evolución optó por una solución peligrosa, aunque crucial: el desarrollo fetal se llevaría a cabo tan solo a medias en el interior de la madre. Así, cuando la cabeza del bebé estaba a punto de adquirir el tamaño máximo que el canal del parto podía asumir, se producía el nacimiento. Más tarde, el bebé seguía desarrollándose.

Esto dio lugar a crías que nacían desvalidas, incapaces de sobrevivir sin intensos cuidados, algo que iba a traer consecuencias. La hembra, cargada con el cuidado de las crías, necesitaba de la colaboración del macho para sobrellevar esta labor. Y la manera de conseguir su implicación, de acuerdo con la teoría de Lovejoy, fue premiándole con sexo.

El profesor de la Kent State University Owen Lovejoy.

 Vía @AnthroKentState)


Un período sexual con receptividad restringida a los días más fecundos suele conllevar que los machos busquen otras hembras durante el resto del tiempo. Lovejoy cree que fue en aquella época cuando la hembra pasó a ser receptiva al sexo durante casi todo su ciclo menstrual.

Además, Lovejoy piensa que la pérdida de vello y la exposición cada vez mayor de la piel, un importante rasgo sexual en cualquier primate, contribuyó a atar más cortos a los machos. El aumento de los senos habría sido otra consecuencia de esta tendencia.

La colaboración de machos y hembras en el sustento de las crías requería, además, de fidelidad, dado que el macho necesitaba estar seguro de la paternidad de los hijos que estaba ayudando a cuidar. Así podría haber surgido el concepto de familia nuclear. Es decir, que una larga serie de factores biológicos habrían conllevado la formación de parejas estables, con una intensa actividad sexual y una dependencia mutua. De ser así, el mecanismo de lo que hoy llamamos “amor” acababa de ponerse en marcha.



Mujer dando a luz en una silla de partos, recogido en el volumen
'Der Rosgarten', de Eucharius Rößlin.

 Dominio público)



Una pequeña ayuda

No obstante, el estrechamiento del canal del parto pudo tener más implicaciones. Durante el alumbramiento, la cabeza del bebé tiene que girar a medio camino para salvar las espinas ilíacas. Tras asomar la cabeza, el resto del cuerpo ha de girar también para hacer pasar los hombros por el conducto. Es posible que un parto tan complejo no pudiera tener éxito evolutivo a menos que las hembras fueran asistidas por otros individuos del grupo durante el proceso. Este podría haber sido el origen de las comadronas.

Según Lovejoy, la necesidad de esta figura reforzó la socialización. La asistencia del parto constituye un comportamiento social complejo, que no solo necesita aprendizaje, sino también cierta capacidad intelectual. Es probable que, de hecho, esta necesidad evolutiva redundase en la tendencia a la expansión cerebral.

No obstante, la complejidad de las interacciones de los homininos antiguos no se habría limitado a eso. Los machos bípedos, encargados de proveer comida a las hembras y a las crías, tenían ahora las manos libres para recolectar y transportar la comida. Se cree que los machos organizaban grupos de recolección o de caza, incrementando así los lazos sociales y, de nuevo, la expansión cerebral.

Rasgos humanos como el amor o la amistad podrían ser consecuencias producidas por el estrechamiento del canal del parto

Estas actividades, que requerían una cierta coordinación, con una gama de señales y símbolos, pudieron dar lugar al habla. La supervivencia de los homininos no solo habría estado supeditada a la buena armonía entre la pareja, sino también al compañerismo entre los miembros del grupo, ya fuese para la búsqueda de alimento o para la asistencia al parto.

Rasgos tan característicamente humanos como el amor, la amistad o incluso la monogamia podrían ser, si Lovejoy está en lo cierto, consecuencias producidas por el estrechamiento del canal del parto. Una teoría arriesgada para explicar los orígenes de lo que hoy somos, aunque tal vez futuros hallazgos paleo arqueológicos y nuevas investigaciones la corroboren.

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