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jueves, 4 de marzo de 2021



La batalla de la Sabana Real o de la Limonade.


Según el calendario litúrgico, la fiesta de la Altagracia debe celebrarse el 15 de agosto. Sin embargo, la celebramos el 21 de enero. La razón es la siguiente:

El 21 de enero de 1691 los criollos españoles alcanzaron un triunfo resonante sobre los franceses en la Batalla de Sabana Grande de La Limonade, cerca de Cabo Haitiano.

Las consecuencias políticas eran de poca duración. Sin embargo, las circunstancias insólitas de la victoria motivaron a un fervor popular por Nuestra Señora de Altagracia que ha seguido aumentando a través de los siglos hasta el día de hoy.

¡UN MILAGRO PATENTE!

La primera circunstancia insólita fue que todos y cada uno de los voluntarios de Higüey volvieron sanos y salvos, sin rasguño alguno. A pesar de que los que se lanzaron a la maniobra arriesgada que ganó la batalla fueron ellos mismos.

La segunda circunstancia insólita fue que -antes de marchar a la guerra-, estos mismos voluntarios se habían encomendado bajo la protección de Nuestra Señora de Altagracia, con la promesa de celebrar una Misa de “acción de gracias”, si volvían sanos y salvos.

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Nuestra Señora de Altagracia
Antes de marchar a la guerra, los voluntarios de Higüey
se encomendaron bajo la protección de Nuestra Señora de Altagracia.


En aquel entonces la guerra era mucho más peligrosa que hoy. Las balas eran de “baja velocidad”, y no atravesaban el cuerpo sellando la herida con su calor -como las balas de “alta velocidad” de nuestro siglo-, sino entraban, arrastrando piezas de tela sucia que infectaron la herida. Sin los antibióticos de nuestro siglo, la única forma de salvar una vida amenazada por infección era la amputación del miembro herido. Efectivamente más personas murieron por heridas infectadas, que por los golpes recibidos durante la batalla.

Se puede imaginar a las familias de los que habían marchado a la guerra, rezando y orando para que se devolviera a sus amados con vida, aunque les faltara un brazo o una pierna.

Ignacio Pérez Caro escribió que, en Santo Domingo, por la madrugada del 21 de enero, 1691, “desde las dos de la mañana se abrieron todos los templos, que con los repiques de campanas convidaban a los fieles a que acudiesen a rogar a Dios por el buen suceso de nuestras armas, y todo el que desde aquella hora, se gastó en devotos ejercicios de misas, sermones, procesiones y comuniones, estando en todas partes descubierto el Santísimo Sacramento, bajo cuya nube divina intercedieron aquel día a casi la misma hora de la batalla”.

Entonces, el hecho de que todos y cada uno de los voluntarios de Higüey -que se habían encomendado bajo la protección de Nuestra Señora de Altagracia-, volvieron sanos y salvos, sin rasguño alguno, fue visto como una clara contestación a sus oraciones y un milagro patente.

SANOS Y SALVOS

En aquel entonces la guerra era mucho más peligrosa que hoy. Las balas eran de “baja velocidad”, y no atravesaban el cuerpo sellando la herida con su calor -como las balas de “alta velocidad” de nuestro siglo-, sino entraban, arrastrando piezas de tela sucia que infectaron la herida. Sin los antibióticos de nuestro siglo, la única forma de salvar una vida amenazada por infección era la amputación del miembro herido. Efectivamente más personas murieron por heridas infectadas, que por los golpes recibidos durante la batalla.

Se puede imaginar a las familias de los que habían marchado a la guerra, rezando y orando para que se devolviera a sus amados con vida, aunque les faltara un brazo o una pierna.

Ignacio Pérez Caro escribió que, en Santo Domingo, por la madrugada del 21 de enero, 1691, “desde las dos de la mañana se abrieron todos los templos, que con los repiques de campanas convidaban a los fieles a que acudiesen a rogar a Dios por el buen suceso de nuestras armas, y todo el que desde aquella hora, se gastó en devotos ejercicios de misas, sermones, procesiones y comuniones, estando en todas partes descubierto el Santísimo Sacramento, bajo cuya nube divina intercedieron aquel día a casi la misma hora de la batalla”.

Entonces, el hecho de que todos y cada uno de los voluntarios de Higüey -que se habían encomendado bajo la protección de Nuestra Señora de Altagracia-, volvieron sanos y salvos, sin rasguño alguno, fue visto como una clara contestación a sus oraciones y un milagro patente.


LA BATALLA DE LA LIMONADE

A las 10:00 de la mañana, una hora después de empezar la batalla, los voluntarios de Higüey subieron por atrás de la loma de Duclée, sorprendieron y eliminaron por completo a la plana mayor de los franceses.

La maniobra arriesgada que ganó la batalla

El lado sur de la sabana de La Limonade está bordeada por una hilera de montañas empinadas y escarpadas. Entre las montañas al sur, y -al norte- los manglares y las salinas al borde del mar, se puede medir poco más de un kilómetro de llanura. Para llegar a Guarico (hoy Cabo Haitiano) era preciso entrar y pasar por este “cuello de botella”.

En este estrecho frente los franceses montaron su línea de batalla a lo largo de la cañada “de Capitaine François”. La plana mayor se ubicó sobre la pequeña loma de Duclée -la última colina bajita de la hilera de montañas al sur-, desde donde se puede observar todo el campo de batalla.

Según las crónicas de aquél tiempo, los voluntarios (entre los cuales se encontraron nuestros héroes de Higüey) fueron enviados al ala sur, con órdenes de “tenderse en tierra”, y no acometerse hasta oír la orden: “¡Avanza!”

A las 10:00 de la mañana, una hora después de empezar la batalla, ocurrió el acontecimiento insólito que selló la derrota de las fuerzas francesas: los voluntarios escondidos de Higüey subieron por atrás de la loma de Duclée. Sorprendieron y -en el acto-, eliminaron por completo a la plana mayor de los franceses. Murieron 32 oficiales, incluyendo el gobernador Tarin De Cussy y su teniente general Fransquenay. Solamente un sargento mayor escapó con vida.

Al ver -desde lejos-, la masacre de su alto mando, los franceses rompieron fila y huyeron, dejando a los españoles con una victoria contundente.

UN TESTIMONIO

Carlos de Sigüenza nos cuenta: “el Maestre de Campo D. Francisco de Segura con sus isleños… comenzó su marcha casi de noche, con orden de que al romperse la guerra se tendiesen en tierra los lanceros y que no se acometiesen hasta oír ¡Avanza!

… se dio voz á los lanceros para que avanzasen… se levantaron estos como si fueran leones, y partiendo con ligereza sobre el enemigo… en muy breve espacio… huyendo los franceses por aquellos bosques como si fueran gamos. Los nuestros, dándole primero gracias a Dios, cantaron victoria”..



LA ISLA DE LA ESPAÑOLA EN 1691

En 1690 los franceses atacaron y quemaron a Santiago de los Caballeros. El 21 de enero de 1691 los criollos españoles alcanzaron un triunfo resonante contra los franceses en la Batalla de Sabana Grande de La Limonade, cerca de Cabo Haitiano.

COMENTARIO DE UN HISTORIADOR

Fray Cipriano de Utrera escribe: “Los lanceros … correspondientes al Este … alistándose en calidad de buenos “artistas” del machete … estuvieron debajo de las órdenes de don Pedro Miniel que mandaba a los lanceros que permanecieron pecho por tierra hasta recibir orden de levantarse y acometer, sea que los propios lanceros (se entienden como los macheteros de Higüey y de El Seibo), … al espantable y terrible machete en combinación con las demás armas, se debió, que cercenada la cabeza del gobernador francés y las de sus oficiales, el triunfo se lo anotaron por suyo los españoles”.

UN DETALLE

Carlos de Sigüenza nos cuenta: “De los primeros cadáveres que se reconocieron, fue el Monsieur Cussy… siete golpes de lanza… le quitaron la vida… Es cierto que un lancero, a quien entregándole el bastón de mando le pedía cuartel (al no entender lo que decía, ni reconocerle) sin ayuda de otra mano, lo hizo pedazos”.

LA PRIMERA FIESTA DE LA ALTAGRACIA DEL 21 DE ENERO

Así que, en el año 1692 -el primer aniversario de la batalla- estos mismos voluntarios que se habían encomendado bajo la protección de Nuestra Señora de Altagracia, ya de regreso a Higüey y totalmente ilesos, celebraron una Misa de “Acción de Gracias” en la parroquia de Higüey, para cumplir con la promesa a su protectora, Nuestra Señora de Altagracia – ¡había sido un milagro patente!.

LA IGLESIA SE PRONUNCIA

Cien años más tarde el Arzobispo Isidoro Rodríguez Lorenzo escribe: “El triunfo de La Limonade se le atribuye a la intercesión de la Altagracia, a quien se le hizo el voto de celebrarle una gran fiesta, si los criollos regresaban sanos y salvos. El voto se cumplió en 1692 y la fiesta permaneció y creció hasta nuestros días”.



EL ANTIGUO SANTUARIO DE HIGÜEY

Parece que el fervor popular por la devoción a la Altagracia se fortaleció considerablemente y quizás exageradamente, alcanzando tantos extremos que, el 11 de abril 1694 (solamente tres años después de la batalla de La Limonade) las autoridades municipales de Higüey quitaron el nombre de Nuestra Señora de Altagracia, y declararon a San Dionisio como el patrono de la iglesia parroquial, una resolución confirmada por el Arzobispo de Santo Domingo ocho días más tarde. Hasta el día de hoy el Antiguo Santuario se llama “San Dionisio”.

HOY DÍA

El pueblo dominicano no olvida su historia. Así que, desde entonces, al llegar a la fecha del 21 de enero de cada año, el pueblo dominicano acostumbra dar gracias a Nuestra Señora de Altagracia por proteger a los que se habían encomendado bajo su protección, tanto en la batalla de La Limonade contra los Franceses en 1691, como hoy día por la protección, intercesión y milagros que se han manifestado contra las pruebas y dificultades de una vida que tiene tantas dificultades y tan poca misericordia.

LA FIESTA DE LA ALTAGRACIA EN EL 21 DE ENERO

En el año 1897 la Santa Sede le concedió a la Altagracia su propio Oficio Divino y Misa. En 1924 el Gobierno Dominicano declaró el 21 de enero una fiesta nacional. En 1927 la Iglesia proclamó la Fiesta de la Altagracia una Fiesta de Precepto.

UNIVERSIDAD

Curiosamente la loma de Duclée -donde la plana mayor de los franceses fue eliminada por los voluntarios de Higüey- se encuentra a menos de un kilometro de la nueva “Université Roi Henri Christophe”, construida por la República Dominicana, después del terremoto del 12 de enero de 2010.

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